Cuando comencé a estudiar Periodismo, en la Universidad Complutense de Madrid, en esa facultad que por fuera parecía una mole gris nada acogedora, mi visión de lo que era un periodista era romántica y algo idealizada. Reconozco que hice esta carrera porque me gustaba, me apasionaba escribir (y sigue apasionándome; en este sentido no he perdido ni un ápice de motivación), y por supuesto leer.

            Pero quizá en ese momento me equivoqué, porque recuerdo como si fuera ayer mi primera clase de Redacción Periodística; con la inmensa suerte de tener como profesor al gran Pedro Sorela (pero que yo en aquel momento ni conocía), reputado periodista de El País que nos dijo “quien esté aquí porque le gusta la Literatura, quien haya confundido Literatura con Periodismo, quien crea que ambas cosas tiene algo que ver, ya puede cambiarse de carrera”. Si en ese momento me hubieran dado un puñetazo en el estómago creo que me habría dolido menos que esas palabras. Sin duda llegué allí equivocada, mi concepto de lo que era el Periodismo comenzó a cambiar desde ese mismo día, allá por el año 1994.

            Al principio me sentía incómoda, con la amarga sensación de que quizá eso no fuera lo mío, de que había tomado una decisión tan importante como la elección de la carrera universitaria de una manera equivocada. Esa misma semana, de nuevo Pedro Sorela volvió a darme una bofetada de realidad con un ejercicio que ahora me parece tan sencillo y complicado a la vez, tan bonito, tan denostado a veces: ejercer de periodista. Nos ordenó que fuéramos a Nuevos Ministerios, que allí estaba teniendo lugar una manifestación, y escribiéramos una noticia de lo que sucedía. Al principio miedo, después inseguridad y por último una pregunta a mí misma: “¿Pero qué te creías que era esto?, ¿hacer comentarios de texto como cuando estabas en COU?”. No tuve más remedio que pasar a la acción y hacer lo que me habían mandado.

            Después fue analizar la prensa, observar con mente crítica lo que leíamos cada día en los periódicos, comentar las noticias de la radio y la televisión, debatir sobre ellas y fomentar nuestra capacidad de escucha. Y entre todas estas cosas, escribir, por fortuna escribir, y mucho, sobre cualquier cosa. Aún conservo las redacciones que Sorela nos mandaba hacer: redacción con palabras inventadas, qué ves en un determinado cuadro, hacer una noticia empezando por el final… Y, también, leer. Al Periodismo, a mis años de carrera, le debo, entre otras muchas cosas, el haber leído grandes novelas, fantásticos artículos, demoledoras biografías.

            Tardé tiempo en saber que no me había equivocado, que iba por el camino correcto, a pesar de que en 4º de Periodismo, durante el verano, hice prácticas en un periódico de mi provincia, Ciudad Real. Jamás había trabajado en un medio “de verdad”; mi carrera universitaria, con el plan al que yo pertenecía, no tenía prácticas de ningún tipo, ni en prensa, ni en radio ni en televisión, por eso lo mejor era buscarlas tú misma.

            Igual que el primer día de clase, recuerdo el primer día de prácticas en el periódico, y no tengo muy buen recuerdo, pero según fueron pasando los días me sentía cada vez más cómoda y el hecho de ver mi nombre y mi propio texto impreso en un papel, que además iba a leer más gente, me emocionaba y me hacía sentir el gusanillo profesional de estar haciendo algo que me gustaba.

            Ahora las cosas han cambiado muchísimo, las redes sociales lo han revolucionado todo y los periodistas no hemos escapado a esta sacudida. Pero por fortuna creo que el Periodismo sigue siendo eso: ver, observar, oír, escuchar, transmitir, escribir y, desde luego, influir.

            Pasados tantos años, sé con certeza que no me equivoqué en mi decisión cuando ese primer día crucé los muros de la facultad. Estoy en una profesión apasionante que no escapa a cierto aura de magnetismo y curiosidad; aún hoy cuando alguien que no me conoce me pregunta que a qué me dedico, digo con orgullo “soy periodista”, y siempre observo en la otra persona una mirada entre admiración e inquietud; esto quizá sea bueno o quizá malo, en cualquier caso, me gusta lo que transmitimos.