El sueño de todo periodista es encontrarse con “LA NOTICIA”; ser tú quien la descubras, ser el primero en comunicarla, tener la primicia, y si esa noticia es increíble, si es tan atrayente que sabes que va a enganchar al público de una manera asombrosa, tanto que no le deje levantarse de la silla, ni pestañear, entonces ese sueño se ha cumplido y puedes apuntarte muchos tantos a tu favor y muchas felicitaciones, además del orgullo profesional de haber logrado toda una hazaña periodística.

            Pero el periodista tiene una gran enemiga: la mentira. Dar una noticia que resulte ser falsa es como el todo y la nada, como estar en los altares del periodismo y caer al lodo en cuestión de horas. Y, además, ahora los medios contamos con otro problema añadido: la inmediatez, que siempre ha existido en el periodismo (ya se sabe, como decía mi profesor de Redacción Periodística Pedro Sorela “no hay nada más antiguo que el periódico de ayer”), pero que ahora, con las redes sociales, ha adquirido unos tintes hasta “peligrosos”. Si no somos rápidos en dar la noticia, seguro que alguien se nos va a adelantar en cuestión de segundos y, lo peor de todo, ese alguien no tiene por qué ser un colega de profesión, puede ser cualquier persona que, con su móvil y sus redes sociales, sea el que ha dado esa suculenta información.

            Por eso el periodista tiene que ser rápido, pero no atropellarse con su propia información y, desde luego, huir de la mentira. Es fácil decirlo, pero puede llegar a ser difícil desenmascararla y descubrir que te la están colando solo por tener un minuto de gloria. Hay que contrastar las fuentes, a pesar de que decir falacias se ha convertido en un continuo, sobre todo las que vienen de la clase política.

            Toda esta reflexión viene por el caso de Manel Monteagudo, el señor que dijo a un periodista que había estado en coma 35 años y que había salido recientemente del mismo. Que levante la mano quien no se quedara enganchado con esta noticia, con las declaraciones de Manel diciendo que todo para él era muy extraño, este mundo en el que ahora se ha despertado, viendo sus fotos cuando era joven, hablando con nostalgia de lo que le gustaría hacer ahora… La noticia es buena, buenísima, y como tal, se extendió por medios de comunicación y redes sociales a toda velocidad.

Para mí el fallo del periodista fue primero publicar la entrevista y, después, hablar con los otros protagonistas de esta historia (médicos, familia, vecinos…); debería haberse guardado esa entrevista y, después, con toda la información y la certeza de que era cierta, publicarla. Pero quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, porque qué periodista no se habría dejado seducir por semejante joya informativa y habría corrido a publicarla, sin esperar a que el resto de la “investigación” le desvelara que Manel estaba mintiendo.

            He leído, a raíz de esta noticia, muchas opiniones en contra del periodismo, en plan “este es el periodismo que tenemos actualmente”, “qué poca credibilidad a partir de ahora”, “este señor quería su minuto de gloria y se ha reído del periodismo en toda la cara…”, etc., etc. Es muy fácil opinar, y en redes sociales más aún, pero dilapidar al periodista que dio la noticia me parece injusto, porque le han engañado y porque, además, quién no quiere ahora escuchar noticias de este tipo, llenas de esperanza, con su punto de nostalgia (seguro que todos hemos pensado cómo era el mundo y cómo éramos nosotros hace 35 años, cuando supuestamente Manel tuvo un accidente), noticias que acaban con un final feliz, entre toda la maraña de malas noticias que tenemos ahora, un día sí y otro también.

            Ver a Manel hablar después frente a las cámaras admitiendo su mentira también me ha parecido un acto de valentía por su parte y, al menos, si yo fuera la periodista que dio la noticia, su perdón me habría servido para mucho. Porque tú puedes ser muy bueno en lo tuyo, pero si alguien decide ensuciar tu trabajo, como ha hecho este señor, con una historia inventada, poco puedes hacer para escapar. ¿Nadie se acuerda ya de ese padre que, en nombre de su hija discapacitada, levantó toda una ola de solidaridad para conseguir el dinero necesario con el que sufragar los gastos del tratamiento de su hija? Todo era mentira y este señor no engañó a un solo periodista, nos engañó a todos.

            Entonces, ¿cómo escapar de los mentirosos? Mi teoría es que no se puede, es complicado, casi imposible; te la pueden “colar” con una historia sorprendente y hasta con la información más cotidiana, por eso, siempre citemos nuestras fuentes y contrastemos todo lo que sea posible. Y a partir de ahí…, tener un puntito de desconfianza siempre ayuda a querer seguir sabiendo más.