La pregunta con la que titulo este artículo es tan extensa, que podría responderse muy brevemente: “No es ni mejor ni peor, tiene cosas buenas y cosas malas”. Sí, perfecto, se trataría de utilizar lo bueno, hacer buen uso de todo lo maravilloso que pone a nuestro alcance el mundo digital, y despreciar lo malo, como cuando limpias pescado, ¿no?

               Pues no, la pregunta sigue siendo amplia y compleja pero la respuesta no es tan sencilla. Desde mi punto de vista hay ciertas cosas por las que no paso, porque nada es comparable con pasar las páginas de un libro, de una revista, oler, sentir su sonido…, por ejemplo, sin embargo no hay nada más cómodo que ir a un lugar y que tu coche o tu teléfono te vayan indicando el camino, en lugar de tener que bajar la ventanilla y preguntar; o más necesario que ante una situación de accidente en cualquier carretera, poder comunicarte con rapidez.

               La era digital es una auténtica revolución, ha supuesto para nosotros un antes y un después; ahora es difícil imaginar nuestra vida sin el móvil, sin el GPS cuando vamos de viaje, sin correo electrónico, sin hacer un pedido online…, y un largo etcétera que ha provocado una mejora en nuestra vida. Hemos cambiado…, ¿a mejor?

               La cuestión quizá no sea plantearse si todo lo que tenemos a nuestro alcance es mejor que no tenerlo (sin duda para muchos aspectos de la vida es mejor tenerlo, sobre todo por la COMUNICACIÓN, estar conectados en ciertos momentos es mucho mejor que no estarlo); la preguntar sería, quizá, ¿cómo nos ha cambiado o nos afecta esta gran revolución, este no poder vivir sin la tecnología?

               Pienso, sinceramente, que en muchos aspectos ha supuesto un cambio a peor, en nuestra conducta y hasta en cómo nos afecta esta tecnología. Obviemos situaciones como tener un accidente o una emergencia, en las que el móvil nos permite comunicarnos al instante y estar conectados; sin embargo, en nuestra vida diaria creo que la tecnología nos ha provocado dependencia, vagancia, pérdida de tiempo, necesidad de estar siempre conectados o, por el contrario, obligación de explicar a los demás por qué no lo estamos, aparte de esa necesidad de sentirse aceptado o “gustado” a razón de los “likes” que tenga nuestra publicación, si es que tenemos redes sociales.

               Igualmente se podría abrir un debate amplísimo sobre los efectos que tienen sobre nosotros, y más concretamente sobre los más jóvenes, ciertas publicaciones de redes sociales, bailes, mensajes, música… Es tal la cantidad de contenido que podemos absorber, que podemos llegar a consumir, ya sea intencionadamente o como un mero pasatiempo en el que la información te llega sin buscarla y, simplemente, vas dejando que fluya (¿quién no ha estado por la noche, en la cama, con el móvil, perdiendo un tiempo valioso de sueño o de lectura o de lo que sea, deslizando el dedo por la pantalla viendo cosas sin ningún interés, pero incapaz de decir “basta, ya lo dejo”?), que no somos conscientes del tiempo perdido.

               Amén de la dependencia a la que estamos sometidos, no solo cuando tenemos el móvil con nosotros y lo miramos constantemente a ver si tenemos algo nuevo, un correo, un mensaje, a ver si es que lo tengo en silencio y no me he dado cuenta…, sino cuando se nos olvida en casa o, peor aún, cuando estamos fuera y nos quedamos sin batería. ¿Pero qué hago yo ahora?

               Quizá sea momento de recapacitar, reflexionar para qué necesitamos la tecnología e intentar hacer un buen uso de ella, poco a poco, desenganchándonos de lo superfluo, de lo que no nos aporta nada, de lo que nos hace perder un tiempo valioso para mirar por la calle, ver un concierto, hablar, discutir, dormir, observar, pasear o hasta soñar…